Este año conmemoramos el Año Internacional de la Astronomía en recuerdo de las primeras observaciones que Galileo hizo con un telescopio en las que pudo ver los cuatro satélites más grandes de Júpiter (los llamados satélites galileanos) y las fases de Venus. Estas observaciones le permitieron confirmar el modelo heliocéntrico de Cópérnico.
Me voy a referir en esta entrada a las fases de Venus. Galileo observó a través del telescopio como la superficie iluminada del segundo planeta del Sistema Solar cambiaba a lo largo de los días, de un modo parecido a cómo lo hace la Luna. Con respecto a nuestro satélite, todos sabemos a qué se deben las fases; pero ¿a qué se deben en el caso de Venus?
Para Galileo la respuesta era simple. Venus gira alrededor del Sol (no alrededor de la Tierra como postulaban los geocentristas) y, consecuentemente, cuando estaba al otro lado del Sol veía iluminada toda su superficie, cuando se encontraba en cuadratura (formando un ángulo de 90º con el Sol) se aprecia la mitad de su superficie iluminada y, a medida que se aproxima a la Tierra, se vería iluminada una pequeña fracción del planeta.
En estos días Venus presenta su máximo brillo, con una magnitud de -4,6, veinte veces el brillo de Sirio, la estrella más luminosa del cielo de invierno. No hay posibilidad de que nos confundamos si miramos al oeste en las horas posteriores al atardecer. Si pudiésemos observar Venus, tal y como hizo Galileo, veríamos que se encuentra en la fase creciente, con una pequeña fracción de su cara iluminada. Resulta por tanto paradójico que presente su máximo brillo cuando menos porción tiene iluminada de su superficie.
Os he incluido una animación para que veáis como cambia el aspecto de Venus a lo largo de los meses. Quizá con ella me podáis responder a la pregunta que os planteo: ¿cómo es posible que Venus presenta su máximo brillo cuando presenta menos superficie iluminada? Espero vuestras respuestas.